- Fallecidos Los muertos en la explosión de la mina tienen entre 32 y 54 años y son de León
- Minería Una bolsa de grisú, posible origen de la explosión en la mina de Cerredo
Hay un ruido sordo en Cerredo: el río Ibias, que fluye a sus pies, rellena un silencio luctuoso que engulle al pueblo en la negrura de la mina asturiana: cinco trabajadores muertos, cuatro gravemente heridos y dos ilesos tras la explosión en la tercera planta del yacimiento que ayer se registró a las 9.30 horas. Los cinco fallecidos, oriundos de la provincia de León, eran jóvenes, entre los 32 y los 54 años de edad, según informó la Guardia Civil. «No es la primera vez que esto ocurre y, por desgracia, no va a ser la última», auguran los vecinos del pueblo, que a última de hora de la tarde tenían todavía el shock incrustado en el cuerpo.
«Aquí todos somos mineros», lanzan los habitantes de la zona. Un golpe que les vale por dos. «Estamos frustrados, impotentes. Cuando se abrió la mina depositamos nuestras esperanzas en que trajera vida y trabajo al pueblo. Esto es otro jarro de agua fría», se lamentan dos varones frente al pequeño gimnasio de la localidad. Por suerte, conceden, sólo uno de los mineros era natural de la localidad. Está bien. Herido, pero bien. «Dentro de lo cabe, son buenas noticias», añaden tres señoras que blindan la puerta de la farmacia de Mariluz.
Todos se conocen. El valle recoge los pueblos como en un pañuelo. Hablan de primos, de compañeros de trabajo de la vecina, del sobrino de su amiga la de Villablino... Tardan en completar sus frases. «Había nueve coches de la Guardia Civil, cinco ambulancias, muchísimo ruido... Luego llegó el helicóptero», recoge un grupo de hombres a coro en el bar del pueblo. La Brigada de Salvamento Minero de Hunosa, los Bomberos de Asturias y la unidad canina de la Guardia Civil trabajaron in situ hasta localizar a todos los trabajadores.
«Nunca ha pasado nada como esto», lamentan las mujeres de la botica. Hablan de Jorge, otro de los mineros, fallecido, que deja huérfano a Marco, que cumple dos años en abril. «Era bueno», comentan. Se llevan las manos a la boca mientras los ojos se les encharcan.
Una pareja pasea junto al río. Recuerdan épocas de bonanza en el pueblo: «Esa mina fue muy rentable en su día y todavía lo era. Había mucho ahí por explotar. Llegó a haber más de 500 trabajadores».
Y es que Cerredo, por lo que comentan los vecinos, ha sufrido un declive vertiginoso. «Desde que el Estado ofreció ayudas en 2018 para cerrar las minas, la gente joven se ha ido porque no hay trabajo», comenta una mujer. En el bar recuerdan que llegó a ser una de las localidades asturianas con la natalidad más alta, debido a la bonanza que traía el trabajo en la mina. Así lo ensalza un chiquillo en una plazuela desierta: «¡La mina es buena porque trae bonanza!». Le chista su padre. Se hace el silencio. «Eso no era una mina sino un chamizo», le corrige otro hombre, sentado a su vera.
Desde fuera, la mina luce como una apertura angosta en la montaña, con una valla y dos cintas de plástico que señalizan la prohibición de entrar. «Dicen que metieron los cuerpos en ese cobertizo hasta que vinieron a por ellos», señala una mujer desde la verja que impide el acceso. Los fallecidos fueron trasladados a Oviedo, para practicarles las autopsias antes de que se celebre en Villablino (León) una capilla ardiente. En cambio, los heridos, todos graves, fueron trasladados a los hospitales de Ponferrada (dos) y Cangas del Narcea (uno), así como al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) de Oviedo (uno).
El pueblo acusa las malas condiciones de seguridad. «No puede ser que se trabaje en las mismas condiciones que hace 50 años», comentan desde la plazuela. Fuentes de la investigación apuntan hacia una bolsa de gas grisú como motivo de la explosión. «Es un gas típico de estas minas y siempre hemos convivido con él. Lo que no es normal es que deberían tener medidores para alertar de estas cosas», señala el matrimonio.
Achacan la negligencia a los empresarios. «De hecho, los dos anteriores estuvieron en la cárcel», añaden. Al dueño anterior, relacionado con el actual, se le imputa relación con la llegada de 400 kilos de cocaína en un cargamento de carbón. Aunque aquello sólo toma forma de chascarrillo local, la gestión de la mina siempre ha sido problemática. Ninguno indaga más de la cuenta. «Nadie quiere hablar», advierten. Reflotar el pueblo dependía de la rentabilidad de esta mina, reconvertida para extraer grafito. Ahora ya da igual. «Sabemos que la mina es un medio hostil, pero ¿que lo padezcan nueve personas de golpe? Es una barbaridad», zanjan.